martes, 26 de abril de 2011

"Seréis dichosos... si amáis"

Un puñado de personas en torno a una humilde comunidad contemplativa surcando la noche.
Un pequeño corro entonando el Aleluya pascual, con más convencimiento que posibilidades.
Rostros concretos, nombres conocidos, situaciones personales acogidas y compartidas.
La luz del Resucitado rompió las sombras y la luz desbordó nuestras miradas.
Humilde realidad ensayando la vida, celebrándola, mendigándola, recibiéndola, deseándola, ofrendándola.
El júbilo inundó las horas al hilo de la Palabra, el júbilo nos catapulta a la vida desde el Amor mayor y definitivo.
Cada pequeña vela es una antorcha poderosa de esperanza.
Una vez más el Evangelio tomaba cuerpo, nuevamente la Pascua se realiza y nos viste de fiesta, nos enjuga las lágrimas, nos pone alas en los pies y nos torna mensajeros cotidianos de la Gracia.
Coge nuestras manos tendidas, nuestros corazones ofrendados: ES PASCUA

lunes, 18 de abril de 2011

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

Hay momentos en la vida que nos urgen a definirnos, a optar, pero hay uno que recopila toda la existencia y que no podemos soslayar, este es el momento de la muerte. No solemos hablar con naturalidad de la muerte, por más que surge en el requiebro de cada día.

Nuestra cultura orilla esta realidad que nos configura, porque desde que nacemos iniciamos el proceso hacia nuestra desembocadura. Nuestra sociedad la enmascara y trata de relegarla, de demonizarla y ya sabemos que cuando eludimos una realidad le estamos atribuyendo el poder del temor. Lo importante en la muerte es lo importante de la vida: darle sentido.

Cuando uno encuentra el profundo sentido de las cosas, las vivimos y asumimos con naturalidad, sin esa aprehensión que nos recorta y reduce, que nos aprisiona.  Cuando uno encuentra el profundo sentido de las cosas puede aceptar los temores como retos y aplicarse a atravesarlos, que es el modo de redimirlos.

Jesús en el momento de la muerte no encuentra ningún asidero, ninguna seguridad, ni siquiera percibe lo que había sido el norte y estrella de Su ministerio: el amor del Abba. Jesús padece en este momento su mayor noche, pero confía, confía como opción definitiva, como quien se lanza a un abismo y se define. Jesús pone su vida en las manos del Padre, rubricando en este gesto todo el dinamismo de libertad en el cual gira Su pasión.  Jesús no pasa por Su pasión, sino VIVE este momento, se culmina en él. Jesús se abandona ejerciendo su libertad y muere libremente, tal y como lo manifestó en el prendimiento: nadie me arrebata la vida, sino que yo la entrego libremente. Y ya antes, en la Cena, Jesús se entrega y se parte libremente entre sus amigos.

Nosotros también podemos elegir, no el morir o no morir, sino el cómo hacerlo, el cómo vivirlo y esto no se improvisa. No sólo el morir biológico, sino tantas muertes de nuestro ego, de nuestras actitudes, de nuestras inercias, de nuestras comodidades... Jesús eligió las manos del Padre para dejar caer Su vida en ellas, no porque vislumbrara con claridad el acierto, sino porque buscar el querer del Padre y confiar en él había sido el centro de su vida.

Por eso aquellas manos eran conocidas, aunque ahora no se le dibujasen nítidas, eran como un baluarte en el que dejarse desfallecer y cobijar su extremo desvalimiento. Todos necesitamos esa intimidad segura en la cual poder manifestar toda nuestra debilidad y confiar la entera existencia. Hay momentos, lo sabemos, que sólo en Dios podemos encontrar esa acogida capaz de abrazar nuestro propio misterio. En nuestros modos de hablar decimos con frecuencia: "me pongo en manos del médico", o " me dejo enteramente en sus manos", como manifestación de la cúspide de la confianza. Jesús confía su intimidad, su ser entero, al Padre y cierra una espiral creciente que se abrió con su nacimiento, del cual dice la Escritura: he aquí que vengo para hacer Tu voluntad.

Jesús asiente a esa misión con sus propias palabras, sus últimas palabras, en un acto integral de abandono. Nosotros descubrimos en ese abatimiento total de Jesús el vuelo de fidelidad a Su misión, la fidelidad de un Amor que no cede ante nada, que no retrocede ni ante la muerte, ni ante el absurdo, ni ante la noche, sino que traspasa toda tiniebla y la desvela con  la fuerza de la vulnerabilidad, culminándola con el esplendor de la Gracia, tan combativa como oferente, tan libre como obediente, tan luminosa como humilde.

Jesús se nos brindó como camino, en El podemos encontrar el sentido para todas nuestras rutas humanas, para las más relativas y también para las más fundantes y configurantes de nuestra existencia, dejémosle ser nuestro compañero de ruta.