lunes, 28 de febrero de 2011

Una lección que da vida (Una herencia perdurable)



El caminar de nuestra comunidad discurre en el Monasterio de Valdeflores, bajo el estilo de vida dominicano. Esta sencilla afirmación encierra dos aspectos importantes en el desarrollo del ser humano: su marco físico referencial y el talante que modela su vida.

Vivir en espacios que sabes tienen siglos de existencia, que han enmarcado la historia de muchas personas a lo largo del tiempo, con un mismo ideal como horizonte, confiere un tono profundo al peregrinar  cotidiano.

Somos deudoras de una herencia material, estrechada por las piedras que arropan nuestro crecimiento y también de una herencia de sabiduría, cultura y fe, que recibimos como responsabilidad y aliento para realizar nuestro propio itinerario.

Para hacer este camino de hermandad, no temporal, no puntual, sino permanente, integralmente comprometedor, necesitamos este espacio que lo favorezca, en el cual, todo contribuye a alentar esa  búsqueda común de manifestar la vigencia del Reino en nuestro hoy, no como una promesa de futuro, que lo es, sino además, como una realidad que significa ya ahora, esa comunión universal.

El monasterio nos proporciona el ambiente propicio para la soledad, pero también para la comunión, en él convergen lo personal y lo coral, desde el profundo respeto a cada persona y el servicio de todos al bien común. Los ritmos se organizan de modo que procesualmente fragüen hábitos de serenidad y quietud que ayuden al cultivo de una mirada trascendente y lúcida, imantada por la fe y transida de humanidad.

Tanto en lo más físico, como en el bagaje experiencial que se acumula en nuestra forma de gobierno y estilo de vida, se ha ido conjugando lo antiguo y lo nuevo, como un arte de compaginar lo esencial y lo accesorio, haciendo posible y creíble la verificación de esta opción  en nuestro mundo actual.

Desde la receptividad de lo que las anteriores generaciones fueron cristalizando y el empeño de traducirlas sin desdoro al presente, recreándolas y asumiendo su sentido, vamos edificando nuestra situación actual en diálogo con las necesidades de nuestro mundo.

Descubrimos en ese bagaje histórico y experiencial una riqueza que ilumina y de la que destilamos su valor, pero al tiempo la desligamos de formas que en su momento eran normales y respondían a los patrones sociales, culturales y religiosos de circunstancias de antaño, pero que ahora resultan anacrónicas y carentes de significado. En este sentido el modo de entender la clausura, la formación, el uso adecuado de los medios de comunicación, el cultivo de lo humano, la potencialización de los valores de la persona y en general la orientación que se da a esta opción, no como búsqueda de una santidad personal o distanciamiento de la realidad, han variado mucho.

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